Primeros Años de la Congregación...



En el año 1940, Maria Luisa siente la llamada del Señor a realizar una fundación misionera con el nombre de Misioneras de la Caridad y del Amor Misericordioso. Mientras trabaja en talleres de bordado, empieza los contactos y reuniones con amigas y compañeras de trabajo a las que propone e invita al proyecto.

El 8 de Junio de 1941 empiezan a hacer vida de comunidad en un piso alquilado en el extrarradio de Madrid. Eran cinco y tenían 25 pesetas. Estamos en la posguerra y en un suburbio. La pobreza en España es extrema. Ellas viven entre los pobres, como los más pobres. La comunidad se mantiene con su trabajo (poco rentable) de coser y bordar, llevando una vida de autentico noviciado religioso. “Fueron meses  de apuro. Con todo, la alegría y la paz no se turbó jamás.


En mayo de 1942 empiezan su misión concreta, de tipo educativo, en una casa de un barrio suburbial de Madrid. Durante el día clases para las niñas y por la noche trabajo para subsistir ellas y su Centro educativo. Siguen las penurias materiales y es necesario acudir a la “postulación”, a pedir por las casas de los barrios más ricos, recibiendo más insultos y vejaciones que limosnas. Maria Luisa se encuentra feliz viendo por todas partes las misericordias de Dios.

En octubre de 1943 consigue tener su primer director espiritual, el P. Pedrosa, religioso redentorista, que será  no sólo su guía espiritual, sino también su asesor y valedor en la redacción de las reglas de la comunidad religiosa y en el proceso de reconocimiento diocesano de la Congregación.

En los últimos meses de 1943 y los primeros de 1944, ya en contacto con el P. Pedrosa, Madre María Luisa empieza como a despertar de un sueño. Empieza a experimentar un sufrimiento espiritual que ella no sabe cómo definir, pero que explica detalladamente a su director espiritual. Le dice: “nunca he sido tan atormentada como al presente”. Es su primera gran noche oscura.

Desde mediados del año 1944 hasta mediados del año 1947, la vida de Madre María Luisa es de gran intensidad interior. Siguen las dificultades materiales, e institucionales, pero en el ámbito espiritual se mantiene la luz nacida después de la noche oscura.

Durante todos estos años hemos resaltado la pobreza enorme en la que viven, que incluye la soledad y tenemos que añadir, digamos con suavidad, la falta de aprecio por parte de la institución eclesial. Se suceden las visitas e intentos de visitas al Obispado por parte de Maria Luisa y del P. Pedrosa sin resultados de ningún tipo. No se les oye, se les desprecia, no se las reconoce oficialmente y se llega a prohibir al P. Pedrosa toda comunicación con ellas. Como ellas dirán: “éramos más pobres que las ratas” y estábamos “más solas que la una”. Y Maria Luisa escribe: “¡Qué bueno es Jesús que tanta fuerza me da!”. Su inquietud radical es ahora cómo amar más, cómo corresponder adecuadamente al inmenso amor de Dios que la inunda. Como diría Santa Teresa, a Madre María Luisa “hanle nacido alas” y “su Majestad quiere que vengan a vistas y juntarla consigo”.